domingo, 7 de mayo de 2017

LA LARGA ESPERA

Por: Daniel Alejandro Escobar Celis


Susana esperaba, con su larga cabellera negra, a que los rayos cobrizos del astro rey se ocultaran tras las siluetas de las casas de la barriada.

Avanzadas las horas, un oscuro manto azul con unas pocas y titilantes incrustaciones diamantinas cubrió el firmamento. Un brillo espectral se colaba entre los barrotes de un mausoleo, semejante a una casa colonial, posándose en placas marmoleas apenas visibles por la maleza. Susana deambulaba entre los laberínticos pasadizos rodeados de lápidas, cruces y esculturas derruidas con plantas gramíneas que llegaban hasta su cintura. Con voz quejumbrosa se la podía escuchar: “¡Háblame, rompé el silencio! ¿No ves que me estoy muriendo?...  ¡Qué cosas que tiene el destino! Será mi camino sufrir y penar…”.

***
¾    ¡Hasta aquí los acompaño! ¾dijo Claudia mientras temblaba y miraba a uno y otro lado nerviosamente.
¾    ¡No seas tonta, peor es que te quedes sola en medio de la calle! ¾ le replicó Julián con tono burlón.
¾    ¡No te preocupes mi amor, yo te protejo! ¾finalizó un confiado Miguel rodeándola con su brazo.

En medio de una pared blanca se encontraba una puerta sin rejas, a través de la cual entraron los tres jóvenes iluminados por sus linternas de mano. Una suave y gélida brisa soplaba erizando los vellos de la piel. El silencio era tan profundo que podía escucharse con claridad cada paso y respiración de los jóvenes, en especial la agitada inhalación y exhalación de la chica.

¾    ¿Y si nos sale la Sayona? ¾preguntó Claudia mientras se aferraba a Miguel.
¾    Jajaja ¾soltó  Julián una gran carcajada¾ ¡No seas tonta mujer!, ¿en donde crees que estamos?, aquí no sale la Sayona.
¾    ¡No te burles de mí!, yo no sé nada de fantasmas ni ese tipo de cosas, pero no quiero ver nada de eso ¾dijo con voz llorosa Claudia mientras se aferraba con más fuerza a un Miguel que intentaba en vano contener la risa.

Julián se dedicó a tomar fotos a medida que iban caminando entre los mausoleos de concreto, de piedras graníticas, de mármoles negros, blancos y rojizos en los que podían leerse fechas que abarcaban cerca de un siglo. A unos cuantos cientos de metros una hilera de casas, algunas de ellas con luces encendidas, daban una extraña delimitación a aquel campo santo. “¿Qué se sentiría vivir al lado de un cementerio?” se preguntaba un tranquilo Miguel que parecía disfrutar su papel de protector de Claudia.

            De pronto, un canto quejumbroso rompió el silencio de la noche dejando petrificados a los tres jóvenes. A medida que este canto se les aproximaba se miraban unos a los otros sin pestañar ni poder emitir siquiera una palabra. La tensión se incrementó al punto que Miguel no aguantó más echando a correr.

¾    ¡Miguel, Miguel, no me dejes!  ¡Desgraciado cobarde! ¾Gritaba Claudia con vos desafinada, de rodillas en el suelo mientras por sus mejillas brotaban lágrimas sin parar y su cuerpo temblaba sin control.
¾    Jaja. ¡El muy gallina dejó el pelero! No te preocupes, que debe ser solo una bromista ¾dijo un Julián con voz entrecortada que apenas podía sostener la cámara y la linterna con sus manos temblorosas.

Frente a ellos una chica de túnica blanca y larga cabellera negra hizo su aparición. Perplejos, Claudia y Julián contemplaron la mirada vacía y los ojos negros, cual pozo sin fondo, en medio del rostro pálido y sin vida de aquella aparición. Las caras de ambos empalidecieron al tiempo que sus ojos abiertos de par en par contemplaban aquel espectáculo sin pestañear. Aquella mujer de túnica blanca abrió sus brazos como buscando un abrazo dirigiéndose a Julián justo antes de decir:

¾    ¡Mi amado, por cuánto tiempo te he esperado! ¡Ven conmigo! ¡Acompáñame en una nueva vida!

Inmediatamente se escucharon un par de gritos desgarradores y ambos jóvenes escaparon despavoridos de aquel lugar. La linterna de uno de ellos se cayó, posándose sobre una vieja lápida negruzca y descolorida, en la cual se podía leer la inscripción: “Susana Ortega 11-11-1936 al 23-05-1960”.

LA TERRORÍFICA ESPERA DE SUSANA

Por: Daniel Alejandro Escobar Celis


Susana esperaba en cuclillas y con la cabeza encajada entre las piernas, el desenlace de aquel evento. Su cuerpo tenso temblaba sin control mientras que su voz trémula y entrecortada, cual niño que gime, repetía afanosamente: “El que habita al abrigo del Altísimo. Morará bajo la sombra del Omnipotente… Caerán a tu lado mil, Y diez mil a tu diestra; Mas a ti no llegará…”

Entre sus brazos mantenía aferrado, cual niña a su oso de peluche, un ramo de rosas blancas. En la loza de cemento ennegrecida por el tiempo bajo sus pies podía leerse: “Susana Guevara 12-03-1975 al 04-07-1997”. A su alrededor se erigía una ciudad fantasmal de mausoleos, cruces, esculturas y lápidas con sus colores marchitados.

Susana no cesaba en sus plegarias y mientras corrían las lágrimas por sus mejillas, se la podía ver estremecerse ante cada sonido retumbante. A solo metros de ella, el ruido de ráfagas centellantes se confundía con el de las motos y gritos en una cacofonía que hacía recordar escenas de guerra.

Y tan rápido como empezaron, cesaron los disparos, al tiempo que el sonido de las motos se alejaban. Los infortunados espectadores entre gritos, llantos y lamentos, se recomponían de aquella escena mientras un par de cuerpos fríos, yacían entre las lápidas grisáceas y el pavimento, con su sangre escurriéndose y filtrándose entre las tumbas.




EL MENTIROSO

Por: Daniel Alejandro Escobar Celis


De manera intermitente, van resonando las fichas de dominó sobre la mesa de madera. Los malos chistes y las carcajadas de celebración acompañan las mentadas de madre de los perdedores. Una ronda, dos rondas, tres rondas…  se presentan en sucesión hasta decidir la suerte de los participantes.

¾    Esta vez estuvo cerca, si tan solo… ¾se escucha la voz de Luis, luego de perder por quinta vez consecutiva.

Regresando a su hogar, a solo metros de él, unos panas lo convidan a jugar truco. Luis, dubitativo, rechaza inicialmente la oferta. Pero luego de observar la insistencia de ellos y la botella de cacique, se desvanece su poca resistencia.

Entre gritos de truco, de retruco y algunos tragos se van esfumando los restos de la quincena. Tambaleante, llega a casa entrada la madrugada. A duras penas es capaz de abrir y cerrar la puerta. Sin quitarse la ropa se acuesta en su cama vacía, al igual que él hogar. Hacía meses que su esposa se había hartado de ese comportamiento abandonándolo. Aunque aquello no parecía afectarle. Luis se sentía libre al no tener a nadie que le reprochara sus borracheras y horas de llegada.

Lunes en la mañana. Observa en su celular la lista de llamadas perdidas y mensajes,  decidiendo ignorarlos. Somnoliento y con una gran resaca producida por el festivo fin de semana, se dirige a esperar el transporte de la siderúrgica. Al llegar, luego de saludar a sus compañeros se coloca su casco, guantes, lentes y tapa oídos. Comenzando así la rutina.

Como un robot programado coloca la punta de la bobina de metal en posición. La máquina, con precisión milimétrica, la desenrolla y corta en láminas estándar. Al llegar el descanso aprovecha para conseguir un periódico. Concentrándose en la sección que considera más importante, hace a un lado el resto del papel impreso.

¾    Nojoda, salió el 315 y jugué el 513 ¾se queja mientras escudriña las hojas grises¾. The King Black, llegó cuarto, estaba seguro que ganaría, bueno esta vez le apostaré a Rucio Moro que no puede perder.

Una llamada lo interrumpe. Luis observa el número y apaga el celular, dirigiéndose al comedor.  A pocos metros de él se detiene abruptamente. Dándose media vuelta y alejándose sigilosamente. Segundos después:
¾    ¡Hey Luis! ¿A dónde vas?, ¿cuando piensas pagarme lo que me debes? ¾Grita alguien con rabia. Mientras, un sujeto se le acerca en actitud poco amistosa.
¾    Hola, Kelvis, no te había visto ¾contesta Luis con una sonrisa nerviosa¾. Esta misma semana te pago, no te preocupes por eso.
¾    ¡Me tienes mareado con eso desde hace más de un mes! y ¿por qué No contestas el celular? ¾exclamó y preguntó Kelvis con una mirada que denotaba una ira contenida.
¾    No vale, tranquilo que esta misma semana te pago ¾respondió Luis en tono conciliador¾. No te he pagado porque cuando voy a buscarte con la plata no te consigo. Y vale lo que pasa con mi celular es que tiene problemas, no quiere recibir llamadas y cuando menos pienso se apaga.
¾    No sé cómo vas a hacer ¾dijo Kelvis señalando a Luis con el dedo índice¾, pero si este viernes no me pagas iré a tu casa y te sacaré a golpes para que me pagues.

A duras penas y tratando de ocultar su nerviosismo, Luis logró contener la rabia de su compañero asegurándole que no le debería más dinero.  Y quizás esta vez aquello fuese verdad. Pues dentro de sí decía: «Esta misma semana me pagarán el bono y saldré de toda deuda».

Días después una triste noticia se regó en la Siderúrgica. En medio del desconcierto los compañeros de Luis dijeron: “con el bono no será suficiente, hagamos una vaca entre todos”. Aquellos hombres movidos por la compasión se dirigieron a la casa del infortunado.

Al Llegar tocaron la puerta. Les abrió una mujer de unos sesenta años.
¾    Disculpe, ¿esta es la casa de la familia Perdomo?
¾    Si, ¿Qué desean? ¾preguntó.
¾    Somos compañeros de trabajo de Luis y venimos a darle el pésame por la muerte de su madre.
¾    ¿Cómo?, ¡Ave María purísima, yo soy Cecilia la madre de Luis! ¾dijo espantada mientras se persignaba tres veces.
¾    Disculpe, señora, Luis nos dijo que había fallecido ¾dijo apenado uno de ellos a modo de disculpa, mientras el resto se miraban atónitos unos a los otros.
¡Ese desgraciado no aprende! ¾dijo ella empuñando su mano derecha y apretando los dientes¾. ¡Esta es la segunda vez que me mata!

LA SELVA DE CONCRETO

Por: Daniel Alejandro Escobar Celis


Un rugido escalofriante acompañado de un golpe seco y crujidos como de ramas rompiéndose atravesaron las calles. Finalmente, el ambiente grisáceo fue teñido por un charco rojo.
***
En perfecto orden matricial se yerguen imponentes los árboles de concreto con sus ramas desnudas. Aquella densa y tétrica selva monocromática exhala el oxígeno vital que purifica el neblinoso y enrarecido aire. A su entrada, en una roca yace la huella rectangular de una placa inexistente. Y bajo ella, el altorrelieve de una tupida selva llena de vida. En ese lugar desprovisto de los colores y sonidos naturales de otros tiempos, ahora reinaba el incesante golpeteo y rechinar de las máquinas.

Un silbido agudo retumbó a través de las paredes tubulares, esparciéndose en todas direcciones. Inmediatamente se abrió una puerta en la base de cada árbol. De ellas salieron hombres con sus mascarillas, cuales aguas que se esparraman al ser abiertas las compuertas de una represa. Largas hileras de autobuses se estacionaron dejando salir sus propias  cargas humanas. Sólo para poco después recibir otras nuevas.

Brixon contempla la desolación circundante a través de la ventana mientras se aleja de la imponente selva gris. En la dirección contraria las siluetas de edificios se van acercando. Hasta que comienzan a atravesar las vías iluminadas por algunos faros dispersos y por torres de metal semejantes a hongos gigantes coronados por enérgicos rayos.

Una y otra vez el autobús se detiene dejando a sus pasajeros hasta llegar el turno de Brixon. Al bajarse contempla la colina con sus zigzagueantes calles y recubierta por casas de diversas formas, tamaños y tonalidades de grises. Antes de proseguir revisa en su bolso. La expresión en su rostro da cuenta de su molestia.

En esa misma mañana antes de ir a trabajar Brixon se abría paso entre el tumulto de gente. La cacofonía de gritos de comerciantes y compradores dificultaba la comunicación. A duras penas podía negociar con el vendedor de masa. Por un momento pensó en quitarse la mascarilla para hacerse entender mejor, pero la atmósfera nauseabunda le hizo cambiar de parecer.

El vendedor fue tajante y su máscara matizaba con mayor oscuridad el tono de su voz. “Son veinte monedas de plata por las dos bolsas o no llevas nada”. Brixon sabía que el precio debería ser de solo dos monedas por ambas, pero no tenía más oportunidad para llevar algo de comida a su hogar por lo que aceptó a regañadientes.

Ahora él contemplaba su bolso vacío y las cinco monedas salvadas por llevarlas siempre consigo. Respiró con resignación continuando su travesía a través de las laberínticas y desoladas calles. Ninguna voz humana ni sonido animal perturbaban el silencio de aquella noche. Brixon caminaba con rapidez observando nerviosamente sus alrededores. Era como si quisiera llegar a su destino lo antes posible previniendo la aparición de algo maligno.

De entre la bruma de la noche una sombra pasó a su lado. Él se estremeció, cambiando de camino. En los segundos siguientes pensó que era su imaginación, prosiguiendo con mayor calma. Sólo un par de pasos después quedó petrificado ante un ente humanoide de dos metros de alto. Sus ojos rojos y su rostro deforme desprendían ira, de su boca brotaban dientes puntiagudos, su cuerpo era fornido y sus manos estaban provistas de grandes garras. Aquel ser con una poderosa voz le dijo: “Plata, dame toda tu plata”. Con las manos temblorosas Brixon le dio las cinco monedas. Aquel homínido las devoró enseguida. “Mas, dame mas”. La voz quebrantada de Brixon pronunció sus últimas palabras. “Lo siento, no tengo más”.

sábado, 25 de febrero de 2017

MEMORIAS OLVIDADAS

Por: Daniel Alejandro Escobar Celis



Un disco de acetato gira en un viejo tocadiscos reproduciendo un tango de Carlos Gardel. Junto a él, una anciana sentada en un sillón teje una manta como regalo para Albertico el menor de sus doce nietos. Rosita, madre de Alberto, tercera de sus hijas y quinta de sus siete hijos, le había prometido llevarlo la mañana siguiente.

Para la señora Sara, tejer es un arte que practica con pasión y, en ningún momento duda en obsequiar sus obras delicadamente elaboradas a todo aquel que la visite. A medida que va dándole forma a la manta de su nietecito observa cómo el rollo de hilo va desvaneciéndose. Ella se levanta con cuidado y al ritmo que permiten sus avanzados años va caminando y sube la escalera en dirección a su habitación.

Dentro de su cuarto abre el viejo armario buscando el material necesario para seguir trabajando.  Con sus temblorosas y arrugadas manos toma la caja de metal donde guarda sus hilos  y agujas. Entonces escucha un chillido y al voltear ve un pequeño roedor. Exaltada deja caer la caja desparramando su contenido en el suelo. El pequeño ratón aprovecha para salir del armario y huir despavorido.

Con cierta dificultad, la señora se agacha a recoger hilos y agujas. Mientras termina de hacerlo, observa las cajas de su difunto esposo que nunca quiso botar ni regalar. Una a una las va sacando, hurgando en sus contenidos que la llenan de tantos recuerdos  y en el lugar más recóndito, descubre un compartimiento secreto. Al abrirlo encuentra un maletín naranja. Dentro de él antiguos papeles de su difunto marido.

La señora no puede evitar recordar aquellos versos y cartas de amor que su señor le dedicaba en su juventud. Su sonrisa de niño, su actitud siempre jovial  y sus manos fuertes para el trabajo, pero delicadas al momento de brindarle caricias. Al señor Ricardo hacía solo tres años que le habían detectado un tumor maligno del tamaño de un puño. Para ese momento no había nada que hacer. Sólo un par de meses después él partió dejando a la pobre Sara viuda y solitaria en aquella enorme casa.

Junto a los innumerables papeles se encontraba un pequeño frasco transparente. Dentro de él un hermoso talismán dorado con una piedra azul en el centro. Ella la destapó y sacó. No recordaba haberlo visto pero sentía en él, algo inquietante que no podía describir. Al darle vuelta ve una inscripción: “La Alianza”. Debajo de la misma un curioso símbolo que estaba segura haber visto hacía muchos años en el tiempo cuando apenas conocía a Ricardo. Aquel hombre galante y misterioso ocultaba tantos secretos. Muchos de los cuales se había llevado finalmente a la tumba.

domingo, 12 de febrero de 2017

El Grito

Por: Daniel Alejandro Escobar Celis






Se giró al escuchar el grito. Era un terrible sonido que penetraba hasta los huesos, produciendo un gran escalofrío que recorría todo el cuerpo. Escalofrío que era incrementado por la gélida brisa marina.

Un hombre observaba intrigado a la mujer que había gritado. El rostro de la mujer estaba (blanco) como la nieve fresca de invierno. Petrificada, tenía la mirada perdida en algún punto en el otro extremo de aquel viejo muelle.

En el mismo muelle, a unos cuantos metros de distancia podía observar toda la escena sin necesidad de moverme. En mis oídos retumbaba cada latido de mi corazón. Extrañamente todo me parecía irreal. Como si el tiempo se hubiese dilatado de tal forma que si una moneda hubiese caído desde la cintura de aquel hombre, habría podido detallar cada giro en el aire.

Entonces, fui consumido por el mayor de los espantos. Era consciente de lo que el hombre ignoraba y que había provocado semejante reacción en la mujer. En el extremo contrario del muelle se encontraba lo que ella contemplaba pasmosamente.

Una sombría e indefinible figura que parecía erguirse recostada de las barandas de madera. La amorfa y oscura aparición contrastaba con el colorido cielo crepuscular y los rayos de sol reflejados en el sereno mar azul detrás de ella. Durante uno o dos segundos, que me parecieron una eternidad, el tiempo pareció congelarse. Y antes de que aquel hombre o cualquiera pudiese reaccionar, fui testigo del hecho más abominable e inexplicable que ojo humano alguno hubiese podido presenciar.

Aquella cosa indefinible se abalanzó en fracciones de segundos sobre el hombre, devorándoselo. Sin que éste hubiese podido darse cuenta de lo sucedido. Casi inmediatamente después, hizo lo propio con la mujer.

Yo estaba petrificado sin saber qué hacer. Habría querido correr, pero, ¿a dónde?, me encontraba arrinconado entre un extremo del muelle y aquella cosa. Pensé por un instante en saltar hacia aquellas aguas, con la esperanza de poder nadar hasta la costa.

Sin embargo, antes de que pudiese mover músculo alguno, aquel ente monstruoso se giró hacia mí y del insondable abismo que éste embargaba brotaron dos brillantes círculos rojos incandescentes. Me observaron fijamente en lo que sentí una eternidad, pero que quizás no fuese más de un segundo.

Mi cuerpo temblaba y mi aliento se desvaneció. Entonces esa cosa se abalanzo sobre mí, abriendo unas enormes fauces que llevaban tras de sí las mas incomprensibles tinieblas que haya podido observar. Finalmente… Me desperté.


O al menos eso creí…



sábado, 10 de diciembre de 2016

Historia del mono que quiso ser profesor (final alternativo)

Por: Daniel Alejandro Escobar Celis

Nubes grises cubrieron todo el firmamento hasta que el día fue tragado por una inmensa oscuridad. El retumbar de los truenos hacia que los corazones palpitasen con violencia. Con horror observo como una rojiza lluvia empezó a descender desde lo alto. Luego, se escucharon profundos lamentos que erizan hasta el último de los cabellos. Finalmente… Todo fue caos… Un caos indescriptible…

Aurelio despertó exaltado. Kinkon y Peggy aun seguían dormidos, por lo que respiró profundamente y se acostó de nuevo. Aunque no podía volver a conciliar el sueño.

El cantar de las aves anuncia un nuevo amanecer, mientras una suave brisa se cuela a través de la ventana. Aurelio se da media vuelta arropándose mientras tirita por el frio vespertino. Seguidamente, una dulce y conocida voz se escucha a través del pasillo.

¾    Aurelio ven a comer, el desayuno está servido.
Lentamente Aurelio se incorpora. Apenas pudo conciliar un par de horas de sueño por lo que tardó un tiempo en reaccionar.

Un inquieto pequeño y su amada Peggy están esperándolo en el comedor. Mientras en el centro de la mesa cambures, mangos  y otras frutas junto con un plato servido de sopa de verduras esperan por el desayuno familiar. Peggy nota algo extraño en Aurelio pero este decide no contarle nada de su sueño. Sin embargo es Peggy la que le dice:

¾    Ayer escuche una voz que me decía que debíamos volver a la selva con nuestras familias. Era una voz muy cálida, aunque se escuchaba preocupada… (Peggy hace una pausa) Como si tratase de advertirme de algo.

Aurelio no quiso hacer ningún comentario al respecto. Solo quería despejar su mente, pensar en su familia y disfrutar lo más relajado posible de aquel fin de semana. Sin embargo, eso no fue del todo posible. Los sueños tanto de Aurelio como de Peggy se hicieron recurrentes. Ella insistía en que debían escuchar aquella voz y volver a la selva. Pero el argumentaba que se habían esforzado demasiado en obtener todo lo que habían logrado y no iban a dejarlo todo, solo por una voz desconocida. Fue entonces cuando llego la noticia…

Desde el rincón más profundo de la exuberante selva amazónica venezolana, en aquella tierra lejana de ensueños que había visto nacer a Aurelio; un familiar se había tomado la molestia de venir con noticias nada alentadoras. Su madre se encontraba en un grave estado de salud y quería verlo. Además en su tierra habían entendido la importancia de la educación y querían pedirle que regresara para enseñar el buen camino a los jóvenes del lugar. Aurelio no lo pensó dos veces. Alisto todo lo que tenia y se fue con su familia de regreso a su antiguo hogar.

Durante el viaje de retorno a su antiguo hogar Aurelio escucho una y otra vez una voz cálida que lo hacía sentir mejor. Solo escucha mi voz, tu madre estará bien. Aurelio y su familia fueron muy bien recibidos. Desde su llegada a la comunidad Aurelio se dedicó a cuidar de su madre, su familia y a inculcar en los jóvenes de la comunidad valores y principios morales.

Nuevos vientos de cambios soplaban en aquel rincón selvático. Se sentía como una luz divina descendía desde lo alto. Una luz que se había incrementado con la llegada de Aurelio, pero que había aparecido desde antes. Justo en el momento en que varios miembros de la comunidad comenzaron a sentir y escuchar una presencia divina que los guiaba.

Ni Aurelio ni ninguno de sus familiares eran muy creyentes. Pero desde aquellos momentos un sentimiento de paz y de cobijo los embargo. Tal como si enormes alas protectoras los acobijaran. Aurelio, su familia y el resto de la comunidad  oraron fervientemente por el bien de su madre hasta que finalmente su enfermedad se fue por completo. Aquellos momentos fueron de júbilos. Seguidos por una gran fiesta de agradecimiento por su curación. Aurelio quiso retornar a su hogar con su familia pero la comunidad insistió en que se quedase más tiempo. No mucho después llegaría a la comunidad nuevas y sorprendentes noticias.

El avión presidencial donde viajaba el primer mandatario y toda la plana mayor se había estrellado en el océano atlántico en un viaja al continente europeo. No había sobrevivientes.  Además el vicepresidente y otros altos funcionarios del gobierno habían enfermado repentinamente de una nueva y extraña enfermedad que había aparecido en el país y se estaba extendiendo rápidamente. Aquel lugar en el que se encontraban era uno de los pocos alejados que no habían sido alcanzados por aquella plaga.

Por varios meses el  caos la anarquía y el desconcierto reino en el país. Durante ese tiempo Aurelio se mantuvo junto con su familia preocupado por su país y por aquellos conocidos con los que no había podido comunicarse. Aquella voz que los había guiado hasta aquel lugar y que los había ayudado tanto, ahora  les pedía fe, paciencia y calma. Largas fueron las horas, días y meses de plegarias y oraciones en pro del país hasta una luz comenzó a aparecer en el horizonte.

Un nuevo gobierno se instauro en el poder. Uno totalmente ajeno a las políticas anteriores con una visión muy clara de lo que se necesitaba hacer. Casi a la par un grupo de científicos Venezolanos de manera milagrosa consiguieron crear una vacuna contra aquella pandemia que había resultado tan devastadora. La ayuda para la producción y distribución de la misma llego de diversas partes del mundo y en menos de un año aquella plaga había sido exterminada.

Ahora nuevas noticias alentadoras llegaban desde la capital el nuevo ministro de educación había sido uno de los profesores más queridos por Aurelio y sus compañeros. Ahora él con el fin de rescatar la educación en Venezuela, estaba en búsqueda de sus mejores y más brillantes estudiantes. Aquellos que tuviesen el perfil y la vocación de servicio más idóneo para enfrentar tamaño desafío.


Después de todo el tiempo de zozobra por no saber de sus compañeros. Ahora se reunía con ellos para modificar, dirigir y sentar las bases de un nuevo sistema educativo basado en la excelencia donde los niveles de exigencias fueran nuevamente elevados y donde se le diese un trato digno a todos aquellos que ejercieren la profesión docente. Aurelio se convirtió en ese momento en el líder de planificación curricular. Nuevos cambios educativos se avecinaban. Esta vez grandes naciones en materia educativa como Finlandia, Noruega, Japón, China y Corea del Sur serian los modelos a seguir.