domingo, 7 de mayo de 2017

LA LARGA ESPERA

Por: Daniel Alejandro Escobar Celis


Susana esperaba, con su larga cabellera negra, a que los rayos cobrizos del astro rey se ocultaran tras las siluetas de las casas de la barriada.

Avanzadas las horas, un oscuro manto azul con unas pocas y titilantes incrustaciones diamantinas cubrió el firmamento. Un brillo espectral se colaba entre los barrotes de un mausoleo, semejante a una casa colonial, posándose en placas marmoleas apenas visibles por la maleza. Susana deambulaba entre los laberínticos pasadizos rodeados de lápidas, cruces y esculturas derruidas con plantas gramíneas que llegaban hasta su cintura. Con voz quejumbrosa se la podía escuchar: “¡Háblame, rompé el silencio! ¿No ves que me estoy muriendo?...  ¡Qué cosas que tiene el destino! Será mi camino sufrir y penar…”.

***
¾    ¡Hasta aquí los acompaño! ¾dijo Claudia mientras temblaba y miraba a uno y otro lado nerviosamente.
¾    ¡No seas tonta, peor es que te quedes sola en medio de la calle! ¾ le replicó Julián con tono burlón.
¾    ¡No te preocupes mi amor, yo te protejo! ¾finalizó un confiado Miguel rodeándola con su brazo.

En medio de una pared blanca se encontraba una puerta sin rejas, a través de la cual entraron los tres jóvenes iluminados por sus linternas de mano. Una suave y gélida brisa soplaba erizando los vellos de la piel. El silencio era tan profundo que podía escucharse con claridad cada paso y respiración de los jóvenes, en especial la agitada inhalación y exhalación de la chica.

¾    ¿Y si nos sale la Sayona? ¾preguntó Claudia mientras se aferraba a Miguel.
¾    Jajaja ¾soltó  Julián una gran carcajada¾ ¡No seas tonta mujer!, ¿en donde crees que estamos?, aquí no sale la Sayona.
¾    ¡No te burles de mí!, yo no sé nada de fantasmas ni ese tipo de cosas, pero no quiero ver nada de eso ¾dijo con voz llorosa Claudia mientras se aferraba con más fuerza a un Miguel que intentaba en vano contener la risa.

Julián se dedicó a tomar fotos a medida que iban caminando entre los mausoleos de concreto, de piedras graníticas, de mármoles negros, blancos y rojizos en los que podían leerse fechas que abarcaban cerca de un siglo. A unos cuantos cientos de metros una hilera de casas, algunas de ellas con luces encendidas, daban una extraña delimitación a aquel campo santo. “¿Qué se sentiría vivir al lado de un cementerio?” se preguntaba un tranquilo Miguel que parecía disfrutar su papel de protector de Claudia.

            De pronto, un canto quejumbroso rompió el silencio de la noche dejando petrificados a los tres jóvenes. A medida que este canto se les aproximaba se miraban unos a los otros sin pestañar ni poder emitir siquiera una palabra. La tensión se incrementó al punto que Miguel no aguantó más echando a correr.

¾    ¡Miguel, Miguel, no me dejes!  ¡Desgraciado cobarde! ¾Gritaba Claudia con vos desafinada, de rodillas en el suelo mientras por sus mejillas brotaban lágrimas sin parar y su cuerpo temblaba sin control.
¾    Jaja. ¡El muy gallina dejó el pelero! No te preocupes, que debe ser solo una bromista ¾dijo un Julián con voz entrecortada que apenas podía sostener la cámara y la linterna con sus manos temblorosas.

Frente a ellos una chica de túnica blanca y larga cabellera negra hizo su aparición. Perplejos, Claudia y Julián contemplaron la mirada vacía y los ojos negros, cual pozo sin fondo, en medio del rostro pálido y sin vida de aquella aparición. Las caras de ambos empalidecieron al tiempo que sus ojos abiertos de par en par contemplaban aquel espectáculo sin pestañear. Aquella mujer de túnica blanca abrió sus brazos como buscando un abrazo dirigiéndose a Julián justo antes de decir:

¾    ¡Mi amado, por cuánto tiempo te he esperado! ¡Ven conmigo! ¡Acompáñame en una nueva vida!

Inmediatamente se escucharon un par de gritos desgarradores y ambos jóvenes escaparon despavoridos de aquel lugar. La linterna de uno de ellos se cayó, posándose sobre una vieja lápida negruzca y descolorida, en la cual se podía leer la inscripción: “Susana Ortega 11-11-1936 al 23-05-1960”.

LA TERRORÍFICA ESPERA DE SUSANA

Por: Daniel Alejandro Escobar Celis


Susana esperaba en cuclillas y con la cabeza encajada entre las piernas, el desenlace de aquel evento. Su cuerpo tenso temblaba sin control mientras que su voz trémula y entrecortada, cual niño que gime, repetía afanosamente: “El que habita al abrigo del Altísimo. Morará bajo la sombra del Omnipotente… Caerán a tu lado mil, Y diez mil a tu diestra; Mas a ti no llegará…”

Entre sus brazos mantenía aferrado, cual niña a su oso de peluche, un ramo de rosas blancas. En la loza de cemento ennegrecida por el tiempo bajo sus pies podía leerse: “Susana Guevara 12-03-1975 al 04-07-1997”. A su alrededor se erigía una ciudad fantasmal de mausoleos, cruces, esculturas y lápidas con sus colores marchitados.

Susana no cesaba en sus plegarias y mientras corrían las lágrimas por sus mejillas, se la podía ver estremecerse ante cada sonido retumbante. A solo metros de ella, el ruido de ráfagas centellantes se confundía con el de las motos y gritos en una cacofonía que hacía recordar escenas de guerra.

Y tan rápido como empezaron, cesaron los disparos, al tiempo que el sonido de las motos se alejaban. Los infortunados espectadores entre gritos, llantos y lamentos, se recomponían de aquella escena mientras un par de cuerpos fríos, yacían entre las lápidas grisáceas y el pavimento, con su sangre escurriéndose y filtrándose entre las tumbas.




EL MENTIROSO

Por: Daniel Alejandro Escobar Celis


De manera intermitente, van resonando las fichas de dominó sobre la mesa de madera. Los malos chistes y las carcajadas de celebración acompañan las mentadas de madre de los perdedores. Una ronda, dos rondas, tres rondas…  se presentan en sucesión hasta decidir la suerte de los participantes.

¾    Esta vez estuvo cerca, si tan solo… ¾se escucha la voz de Luis, luego de perder por quinta vez consecutiva.

Regresando a su hogar, a solo metros de él, unos panas lo convidan a jugar truco. Luis, dubitativo, rechaza inicialmente la oferta. Pero luego de observar la insistencia de ellos y la botella de cacique, se desvanece su poca resistencia.

Entre gritos de truco, de retruco y algunos tragos se van esfumando los restos de la quincena. Tambaleante, llega a casa entrada la madrugada. A duras penas es capaz de abrir y cerrar la puerta. Sin quitarse la ropa se acuesta en su cama vacía, al igual que él hogar. Hacía meses que su esposa se había hartado de ese comportamiento abandonándolo. Aunque aquello no parecía afectarle. Luis se sentía libre al no tener a nadie que le reprochara sus borracheras y horas de llegada.

Lunes en la mañana. Observa en su celular la lista de llamadas perdidas y mensajes,  decidiendo ignorarlos. Somnoliento y con una gran resaca producida por el festivo fin de semana, se dirige a esperar el transporte de la siderúrgica. Al llegar, luego de saludar a sus compañeros se coloca su casco, guantes, lentes y tapa oídos. Comenzando así la rutina.

Como un robot programado coloca la punta de la bobina de metal en posición. La máquina, con precisión milimétrica, la desenrolla y corta en láminas estándar. Al llegar el descanso aprovecha para conseguir un periódico. Concentrándose en la sección que considera más importante, hace a un lado el resto del papel impreso.

¾    Nojoda, salió el 315 y jugué el 513 ¾se queja mientras escudriña las hojas grises¾. The King Black, llegó cuarto, estaba seguro que ganaría, bueno esta vez le apostaré a Rucio Moro que no puede perder.

Una llamada lo interrumpe. Luis observa el número y apaga el celular, dirigiéndose al comedor.  A pocos metros de él se detiene abruptamente. Dándose media vuelta y alejándose sigilosamente. Segundos después:
¾    ¡Hey Luis! ¿A dónde vas?, ¿cuando piensas pagarme lo que me debes? ¾Grita alguien con rabia. Mientras, un sujeto se le acerca en actitud poco amistosa.
¾    Hola, Kelvis, no te había visto ¾contesta Luis con una sonrisa nerviosa¾. Esta misma semana te pago, no te preocupes por eso.
¾    ¡Me tienes mareado con eso desde hace más de un mes! y ¿por qué No contestas el celular? ¾exclamó y preguntó Kelvis con una mirada que denotaba una ira contenida.
¾    No vale, tranquilo que esta misma semana te pago ¾respondió Luis en tono conciliador¾. No te he pagado porque cuando voy a buscarte con la plata no te consigo. Y vale lo que pasa con mi celular es que tiene problemas, no quiere recibir llamadas y cuando menos pienso se apaga.
¾    No sé cómo vas a hacer ¾dijo Kelvis señalando a Luis con el dedo índice¾, pero si este viernes no me pagas iré a tu casa y te sacaré a golpes para que me pagues.

A duras penas y tratando de ocultar su nerviosismo, Luis logró contener la rabia de su compañero asegurándole que no le debería más dinero.  Y quizás esta vez aquello fuese verdad. Pues dentro de sí decía: «Esta misma semana me pagarán el bono y saldré de toda deuda».

Días después una triste noticia se regó en la Siderúrgica. En medio del desconcierto los compañeros de Luis dijeron: “con el bono no será suficiente, hagamos una vaca entre todos”. Aquellos hombres movidos por la compasión se dirigieron a la casa del infortunado.

Al Llegar tocaron la puerta. Les abrió una mujer de unos sesenta años.
¾    Disculpe, ¿esta es la casa de la familia Perdomo?
¾    Si, ¿Qué desean? ¾preguntó.
¾    Somos compañeros de trabajo de Luis y venimos a darle el pésame por la muerte de su madre.
¾    ¿Cómo?, ¡Ave María purísima, yo soy Cecilia la madre de Luis! ¾dijo espantada mientras se persignaba tres veces.
¾    Disculpe, señora, Luis nos dijo que había fallecido ¾dijo apenado uno de ellos a modo de disculpa, mientras el resto se miraban atónitos unos a los otros.
¡Ese desgraciado no aprende! ¾dijo ella empuñando su mano derecha y apretando los dientes¾. ¡Esta es la segunda vez que me mata!

LA SELVA DE CONCRETO

Por: Daniel Alejandro Escobar Celis


Un rugido escalofriante acompañado de un golpe seco y crujidos como de ramas rompiéndose atravesaron las calles. Finalmente, el ambiente grisáceo fue teñido por un charco rojo.
***
En perfecto orden matricial se yerguen imponentes los árboles de concreto con sus ramas desnudas. Aquella densa y tétrica selva monocromática exhala el oxígeno vital que purifica el neblinoso y enrarecido aire. A su entrada, en una roca yace la huella rectangular de una placa inexistente. Y bajo ella, el altorrelieve de una tupida selva llena de vida. En ese lugar desprovisto de los colores y sonidos naturales de otros tiempos, ahora reinaba el incesante golpeteo y rechinar de las máquinas.

Un silbido agudo retumbó a través de las paredes tubulares, esparciéndose en todas direcciones. Inmediatamente se abrió una puerta en la base de cada árbol. De ellas salieron hombres con sus mascarillas, cuales aguas que se esparraman al ser abiertas las compuertas de una represa. Largas hileras de autobuses se estacionaron dejando salir sus propias  cargas humanas. Sólo para poco después recibir otras nuevas.

Brixon contempla la desolación circundante a través de la ventana mientras se aleja de la imponente selva gris. En la dirección contraria las siluetas de edificios se van acercando. Hasta que comienzan a atravesar las vías iluminadas por algunos faros dispersos y por torres de metal semejantes a hongos gigantes coronados por enérgicos rayos.

Una y otra vez el autobús se detiene dejando a sus pasajeros hasta llegar el turno de Brixon. Al bajarse contempla la colina con sus zigzagueantes calles y recubierta por casas de diversas formas, tamaños y tonalidades de grises. Antes de proseguir revisa en su bolso. La expresión en su rostro da cuenta de su molestia.

En esa misma mañana antes de ir a trabajar Brixon se abría paso entre el tumulto de gente. La cacofonía de gritos de comerciantes y compradores dificultaba la comunicación. A duras penas podía negociar con el vendedor de masa. Por un momento pensó en quitarse la mascarilla para hacerse entender mejor, pero la atmósfera nauseabunda le hizo cambiar de parecer.

El vendedor fue tajante y su máscara matizaba con mayor oscuridad el tono de su voz. “Son veinte monedas de plata por las dos bolsas o no llevas nada”. Brixon sabía que el precio debería ser de solo dos monedas por ambas, pero no tenía más oportunidad para llevar algo de comida a su hogar por lo que aceptó a regañadientes.

Ahora él contemplaba su bolso vacío y las cinco monedas salvadas por llevarlas siempre consigo. Respiró con resignación continuando su travesía a través de las laberínticas y desoladas calles. Ninguna voz humana ni sonido animal perturbaban el silencio de aquella noche. Brixon caminaba con rapidez observando nerviosamente sus alrededores. Era como si quisiera llegar a su destino lo antes posible previniendo la aparición de algo maligno.

De entre la bruma de la noche una sombra pasó a su lado. Él se estremeció, cambiando de camino. En los segundos siguientes pensó que era su imaginación, prosiguiendo con mayor calma. Sólo un par de pasos después quedó petrificado ante un ente humanoide de dos metros de alto. Sus ojos rojos y su rostro deforme desprendían ira, de su boca brotaban dientes puntiagudos, su cuerpo era fornido y sus manos estaban provistas de grandes garras. Aquel ser con una poderosa voz le dijo: “Plata, dame toda tu plata”. Con las manos temblorosas Brixon le dio las cinco monedas. Aquel homínido las devoró enseguida. “Mas, dame mas”. La voz quebrantada de Brixon pronunció sus últimas palabras. “Lo siento, no tengo más”.