sábado, 25 de febrero de 2017

MEMORIAS OLVIDADAS

Por: Daniel Alejandro Escobar Celis



Un disco de acetato gira en un viejo tocadiscos reproduciendo un tango de Carlos Gardel. Junto a él, una anciana sentada en un sillón teje una manta como regalo para Albertico el menor de sus doce nietos. Rosita, madre de Alberto, tercera de sus hijas y quinta de sus siete hijos, le había prometido llevarlo la mañana siguiente.

Para la señora Sara, tejer es un arte que practica con pasión y, en ningún momento duda en obsequiar sus obras delicadamente elaboradas a todo aquel que la visite. A medida que va dándole forma a la manta de su nietecito observa cómo el rollo de hilo va desvaneciéndose. Ella se levanta con cuidado y al ritmo que permiten sus avanzados años va caminando y sube la escalera en dirección a su habitación.

Dentro de su cuarto abre el viejo armario buscando el material necesario para seguir trabajando.  Con sus temblorosas y arrugadas manos toma la caja de metal donde guarda sus hilos  y agujas. Entonces escucha un chillido y al voltear ve un pequeño roedor. Exaltada deja caer la caja desparramando su contenido en el suelo. El pequeño ratón aprovecha para salir del armario y huir despavorido.

Con cierta dificultad, la señora se agacha a recoger hilos y agujas. Mientras termina de hacerlo, observa las cajas de su difunto esposo que nunca quiso botar ni regalar. Una a una las va sacando, hurgando en sus contenidos que la llenan de tantos recuerdos  y en el lugar más recóndito, descubre un compartimiento secreto. Al abrirlo encuentra un maletín naranja. Dentro de él antiguos papeles de su difunto marido.

La señora no puede evitar recordar aquellos versos y cartas de amor que su señor le dedicaba en su juventud. Su sonrisa de niño, su actitud siempre jovial  y sus manos fuertes para el trabajo, pero delicadas al momento de brindarle caricias. Al señor Ricardo hacía solo tres años que le habían detectado un tumor maligno del tamaño de un puño. Para ese momento no había nada que hacer. Sólo un par de meses después él partió dejando a la pobre Sara viuda y solitaria en aquella enorme casa.

Junto a los innumerables papeles se encontraba un pequeño frasco transparente. Dentro de él un hermoso talismán dorado con una piedra azul en el centro. Ella la destapó y sacó. No recordaba haberlo visto pero sentía en él, algo inquietante que no podía describir. Al darle vuelta ve una inscripción: “La Alianza”. Debajo de la misma un curioso símbolo que estaba segura haber visto hacía muchos años en el tiempo cuando apenas conocía a Ricardo. Aquel hombre galante y misterioso ocultaba tantos secretos. Muchos de los cuales se había llevado finalmente a la tumba.

domingo, 12 de febrero de 2017

El Grito

Por: Daniel Alejandro Escobar Celis






Se giró al escuchar el grito. Era un terrible sonido que penetraba hasta los huesos, produciendo un gran escalofrío que recorría todo el cuerpo. Escalofrío que era incrementado por la gélida brisa marina.

Un hombre observaba intrigado a la mujer que había gritado. El rostro de la mujer estaba (blanco) como la nieve fresca de invierno. Petrificada, tenía la mirada perdida en algún punto en el otro extremo de aquel viejo muelle.

En el mismo muelle, a unos cuantos metros de distancia podía observar toda la escena sin necesidad de moverme. En mis oídos retumbaba cada latido de mi corazón. Extrañamente todo me parecía irreal. Como si el tiempo se hubiese dilatado de tal forma que si una moneda hubiese caído desde la cintura de aquel hombre, habría podido detallar cada giro en el aire.

Entonces, fui consumido por el mayor de los espantos. Era consciente de lo que el hombre ignoraba y que había provocado semejante reacción en la mujer. En el extremo contrario del muelle se encontraba lo que ella contemplaba pasmosamente.

Una sombría e indefinible figura que parecía erguirse recostada de las barandas de madera. La amorfa y oscura aparición contrastaba con el colorido cielo crepuscular y los rayos de sol reflejados en el sereno mar azul detrás de ella. Durante uno o dos segundos, que me parecieron una eternidad, el tiempo pareció congelarse. Y antes de que aquel hombre o cualquiera pudiese reaccionar, fui testigo del hecho más abominable e inexplicable que ojo humano alguno hubiese podido presenciar.

Aquella cosa indefinible se abalanzó en fracciones de segundos sobre el hombre, devorándoselo. Sin que éste hubiese podido darse cuenta de lo sucedido. Casi inmediatamente después, hizo lo propio con la mujer.

Yo estaba petrificado sin saber qué hacer. Habría querido correr, pero, ¿a dónde?, me encontraba arrinconado entre un extremo del muelle y aquella cosa. Pensé por un instante en saltar hacia aquellas aguas, con la esperanza de poder nadar hasta la costa.

Sin embargo, antes de que pudiese mover músculo alguno, aquel ente monstruoso se giró hacia mí y del insondable abismo que éste embargaba brotaron dos brillantes círculos rojos incandescentes. Me observaron fijamente en lo que sentí una eternidad, pero que quizás no fuese más de un segundo.

Mi cuerpo temblaba y mi aliento se desvaneció. Entonces esa cosa se abalanzo sobre mí, abriendo unas enormes fauces que llevaban tras de sí las mas incomprensibles tinieblas que haya podido observar. Finalmente… Me desperté.


O al menos eso creí…