Por: Daniel Alejandro Escobar Celis
Se giró al escuchar
el grito. Era un terrible sonido que penetraba hasta los huesos, produciendo un
gran escalofrío que recorría todo el cuerpo. Escalofrío que era incrementado
por la gélida brisa marina.
Un hombre observaba
intrigado a la mujer que había gritado. El rostro de la mujer estaba (blanco)
como la nieve fresca de invierno. Petrificada, tenía la mirada perdida en algún
punto en el otro extremo de aquel viejo muelle.
En el mismo muelle,
a unos cuantos metros de distancia podía observar toda la escena sin necesidad
de moverme. En mis oídos retumbaba cada latido de mi corazón. Extrañamente todo
me parecía irreal. Como si el tiempo se hubiese dilatado de tal forma que si
una moneda hubiese caído desde la cintura de aquel hombre, habría podido
detallar cada giro en el aire.
Entonces, fui
consumido por el mayor de los espantos. Era consciente de lo que el hombre
ignoraba y que había provocado semejante reacción en la mujer. En el extremo
contrario del muelle se encontraba lo que ella contemplaba pasmosamente.
Una sombría e
indefinible figura que parecía erguirse recostada de las barandas de madera. La
amorfa y oscura aparición contrastaba con el colorido cielo crepuscular y los
rayos de sol reflejados en el sereno mar azul detrás de ella. Durante uno o dos
segundos, que me parecieron una eternidad, el tiempo pareció congelarse. Y
antes de que aquel hombre o cualquiera pudiese reaccionar, fui testigo del
hecho más abominable e inexplicable que ojo humano alguno hubiese podido
presenciar.
Aquella cosa
indefinible se abalanzó en fracciones de segundos sobre el hombre,
devorándoselo. Sin que éste hubiese podido darse cuenta de lo sucedido. Casi
inmediatamente después, hizo lo propio con la mujer.
Yo estaba
petrificado sin saber qué hacer. Habría querido correr, pero, ¿a dónde?, me
encontraba arrinconado entre un extremo del muelle y aquella cosa. Pensé por un
instante en saltar hacia aquellas aguas, con la esperanza de poder nadar hasta
la costa.
Sin embargo, antes
de que pudiese mover músculo alguno, aquel ente monstruoso se giró hacia mí y
del insondable abismo que éste embargaba brotaron dos brillantes círculos rojos
incandescentes. Me observaron fijamente en lo que sentí una eternidad, pero que
quizás no fuese más de un segundo.
Mi cuerpo temblaba y
mi aliento se desvaneció. Entonces esa cosa se abalanzo sobre mí, abriendo unas
enormes fauces que llevaban tras de sí las mas incomprensibles tinieblas que
haya podido observar. Finalmente… Me desperté.
O al menos eso creí…
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